Este lunes se inaugura este megaproyecto de infraestructura, que completa el trazado del cual hace parte el túnel de La Línea. Promete reducir entre media y una hora de recorrido el cruce entre el centro y el suroccidente del país. Viajamos a la zona para ver los últimos días de los trabajos y para hablar con quienes hicieron posible una idea de hace más de 100 años.
El Cruce de la Cordillera Central tiene varios niveles de lectura. Desde la ventana del carro puede pasar desapercibido un viaducto o un túnel más en un camino lleno de curvas que conecta el centro con el suroccidente del país. En otra dimensión es una seguidilla de obras que bien tienen el poder de manipular el tiempo a su manera: reducen la extensión del recorrido, pero también pueden alargar muchas vidas que durante más de 100 años se han ido por los abismos de La Línea o se han apagado contra el asfalto frío en un día lluvioso.
El proyecto es una entidad de concreto, cemento, roca y acero, una labor de ingeniería largamente esperada. Pero desde otro punto de vista es la colección de las historias de los miles de personas que aportaron sudor, lágrimas y sangre para construir decenas de viaductos y túneles. El cruce es la suma de madrugadas y trasnochadas, de almuerzos fríos e interrumpidos; también de las amistades que se forjaron al lado de la roca excavada o los amores que nacieron o murieron entre paladas de barro.
Hablar del megaproyecto también implica recordar su historia. Atravesar la cordillera fue una promesa que se pronunció por primera vez en 1902. El sueño de construir un túnel en esta región se ordenó 20 años después, sin lograr ningún progreso hasta 2005 con la excavación del piloto, que mostró que era posible hacer un túnel en un terreno tan inestable con una de las fallas geológicas más compleja del mundo (palabras de los constructores); eso sin contar con la altura y las condiciones climáticas.
Después de varios procesos fallidos y advertencias ignoradas de los gremios, en 2008 se firmó el contrato para la ejecución del túnel principal y las segundas calzadas. De ahí en adelante la obra sufrió las consecuencias de problemas contractuales y legales que alejaban la materialización del sueño de más de un siglo. Quizá uno de los puntos más álgidos se vivió en 2016, cuando el Invías anunció que frente a los claros incumplimientos y la crítica situación de la obra era necesario abrir una nueva licitación.
Después de tantos altibajos, en especial bajos, se vio la luz en septiembre del año pasado, cuando se entregó la obra cumbre de todo el proyecto: el túnel de La Línea, el más largo de su tipo en América Latina, con 8,6 kilómetros. Y el ciclo se cierra, finalmente, este lunes, cuando el país conocerá todas las obras que componen el cruce de la cordillera Central.
Si bien la entrega es un buen momento para recordar tropiezos, evaluar errores y mencionar los aportes e impactos que traerá para la región esta obra, que costó en total $2,9 billones, también es una ventana para asomarse por un momento a las historias de quienes, ya sea removiendo escombros o perforando la montaña, dejaron algo de sí mismos en el concreto. Es imposible verlo de pasada, pero el proyecto es la suma del esfuerzo de miles de personas anónimas que entregaron más de una década de trabajo entre las montañas y la niebla.
Los hijos de la roca
“Yo fui de los primeros en llevar la hoja de vida cuando dijeron que iniciarían las obras, a los 15 días me llamaron e hice la entrevista”, afirma Luis Antonio Reyes Cruz, el trabajador más antiguo del Cruce de la Cordillera Central y quizá quien más ha recorrido el camino en el que hoy hay 30 kilómetros de doble calzada entre Calarcá (Quindío) y Cajamarca (Tolima). Según sus recuerdos, llegó al proyecto en 2004, en el año en el que se firmó el contrato para la realización del túnel piloto, hoy adecuado como túnel de rescate. Desde ese momento hasta hoy se ha desempeñado como ayudante de obra, encargado de la limpieza.
De los más de 15 años de trabajo recuerda las trasnochadas en medio de los “inviernos bravos”, también se ríe al demostrar cómo tenía que irse agachado mientras caminaba con precaución en medio de la oscuridad, pidiendo al cielo que no le cayera una roca en la cabeza.
Los recuerdos de las largas jornadas los adorna con detalles de los que se siente orgulloso, por ejemplo, menciona que en los turnos de seis de la tarde a seis de la mañana él era el encargado de entregar los refrigerios a sus compañeros. Para paliar el frío a las dos de la mañana, los trabajadores se sentaban a tomar aguapanela con café acompañada de una buena porción de pan. Con el tiempo a esa ración se le sumaron otros alimentos, como frutas.
De los malos recuerdos no habla mucho. En cambio se siente orgulloso de su trabajo y de lo que éste significa para su natal Calarcá. Aunque lo llaman presumido, probablemente a sus espaldas, él habla feliz de todo lo que ha hecho, de haber participado en la entrega del Túnel de La Línea y de las elocuentes palabras que cuenta que le dijo al Gobierno ese día. Agrega que “a muchos les cayó la boca” cuando por fin terminaron la obra que él mismo le había anunciado a los incrédulos, a los que estaban cansados de escuchar la misma historia de que algún día iban a terminar el paso subterráneo.
Trae todos esos recuerdos a escena parado en la segunda obra más representativa del proyecto, un viaducto que se presentará este lunes. Mientras habla no puede evitar golpear el micrófono con su mano cuando se refiere a sí mismo y se da dos golpes en el pecho.
Pero si hay una persona que rompió esquemas en este proyecto, esa es Martha Cecilia Méndez. Frente a la iglesia de Cajamarca, el municipio que la vio nacer, cuenta que antes de aprender a manejar una jumbo hidráulica, una máquina de perforación, ni siquiera sabía qué era un túnel. “La verdad, nunca me imaginé que yo de estar alistando arracacha, cogiendo fríjol, iba a resultar en el túnel de La Línea operando una máquina”.
Llegó al proyecto en 2011, al principio se desempeñó como auxiliar de tráfico, pero tres meses después le informaron que tenía que aprender a manejar la jumbo hidráulica. Su dedicación la hizo sobresalir en un gremio dominado por hombres y participar en muchos otros proyectos, incluso fuera del país, pese a que en el camino se topó con una tonelada de machismo.
Muchos se negaban a trabajar con una mujer, más aún a que una los mandara. De ahí que, con conocimiento de causa, Martha les da un consejo a quienes entran a gremios tradicionalmente manejados por hombres: mantenerse firme y no bajar la cabeza. “He escuchado las historias de otras mujeres a las que les ha tocado duro, las hacen llorar así como un día yo también lloré por la perseguidera de un señor”. Nunca cedió ante este acoso sexual y, como bien dice, su trabajo es lo que habla por ella.
Al machismo y al acoso se le suman los riesgos de trabajar en una construcción, más aún manejando una máquina como la que opera Martha. Aunque ella no ha sufrido ningún accidente, sí conoce casos de compañeros que fallecieron en la obra. Recuerda, por ejemplo, una ocasión en la que a un trabajador que cambiaba brocas le cayó material rocoso en la espalda y no alcanzó a llegar con vida al hospital. Justo el día anterior había perdido un amigo que quedó bajo un derrumbe.
Fuente: El Espectador
Imagen: El Espectador
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