Transporte

La quimera del metro

En mi condición de oriundo y residente de la capital, y con escasos conocimientos de ingeniería especializada, pero con alta dosis de sentido común, debo reconocer que cada vez que sale a la luz pública una noticia sobre el proyecto del metro, me invade un sentimiento de pánico y terror ante la posibilidad de que […]

En mi condición de oriundo y residente de la capital, y con escasos conocimientos de ingeniería especializada, pero con alta dosis de sentido común, debo reconocer que cada vez que sale a la luz pública una noticia sobre el proyecto del metro, me invade un sentimiento de pánico y terror ante la posibilidad de que gobiernos nacional y distrital terminen embarcándose en semejante aventura, más por razones de imagen que por auténtica convicción.

Es cierto y doloroso reconocer que Bogotá es una de las pocas capitales del mundo que no dispone ni ofrece a sus habitantes este tipo de transporte público. Sin embargo, es muy posible que a capital la dejó hace tiempo el tren del metro. Este proyecto ha debido comenzarse el 10 de abril de 1948, cuando el centro y buena parte de la ciudad estaban en ruinas, y su construcción, en ese entonces, no hubiese generado impactos ni daños adicionales al desastre que ya existía. También es verdad que en las siguientes seis décadas no se hizo nada más allá de estudios –costosa y pomposamente archiva- dos– que nunca se hicieron realidad. En el entretiempo, la metrópoli creció a un ritmo vertiginoso en número de habitantes y en área ocupada, pero, al mismo tiempo, con escasa o mínima dosis de planificación urbana. Esto ya ocurrió y de nada sirve llorar sobre la leche derramada.

Un sistema de transporte como el metro para una ciudad con cerca de diez millones de habitantes funcionaría y sería recomendable si está compuesto por una red de troncales tipo telaraña, que conecten los cuatro puntos cardinales de la misma. Lo que está previsto con el proyecto actual, al cabo de una inversión billonaria, se limita a una línea o trayecto desde el occidente hasta la Calle 100, pasando en su mayor longitud por las Carreras 13 y 11. En otras palabras, va a ser una línea paralela a los transmilenios ya existentes, por lo tanto su aporte a la movilidad va a ser exiguo y escaso. Los trancones pululan en los cuatro costados de la urbe, y lo que a diario observamos hacia el occidente por la Calle 80, hacia el sur por la Avenida Boyacá con Calle 13, hacia el norte por la Séptima o por la Autopista, o hacia el oriente por la salida al Llano, en nada se va a beneficiar por la presencia de la lombriz, o gusano, del metro. Alguien dirá que es el principio de la solución y que con el tiempo se irá construyendo la red complementaria. Pura fantasía. Aún en el caso de construirse esta primera línea, los problemas por sobrecostos, impactos ambientales indeseables, tarifas insostenibles y otras contingencias harán imposible emprender otras aventuras similares.

Así las cosas, sería mucho más beneficioso y rentable revisar a fondo el sistema actual de Transmilenio para corregir sus numerosas fallas iniciales de diseño, replantear todo el sistema de buses azules para que verdaderamente cumplan con su función y, sobre todo, adelantar un extenso plan de nuevas vías, puentes, viaductos, pasos subterráneos y semaforización inteligente, en beneficio del transporte tanto público como privado.

Para estos fines, los recursos propios del distrito lucen suficientes y los diez billones del Gobierno Nacional se podrían reorientar a comenzar sistemas de metro en ciudades intermedias, pero de gran futuro, como Pereira, Yopal, Bucaramanga y Santa Marta, y así darles la posibilidad de no repetir el camino equivocado de la capital.

Fuente: Portafolio

Fotografía: Wikipedia

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